Un cuento: "El Último Viaje"

Impacto - Por Luis Matías González - Y él caminaba. Mascaba bronca y caminaba hacia adelante. Sin rumbo. Aunque sabiendo que a aquel lugar iba a llegar.
Sabía que, después de todo, siempre llegaba a ese lugar. Al mismo de siempre.
Era el sitio donde se acunaron los sueños de una localidad próspera. Donde nacían utopías, historias. Donde había tejido sus amistades mas plenas y fecundas. Aquellas que no olvidarías, aunque muchas veces habían dejado este pedazo de tierra llana, para volar seguro, hacia otro tipo de llanura, una celestial. Eso creía. O mejor, eso le gustaba creer.



Mientras seguía caminando por la desierta Avenida Mullally, ya que siempre lucía desamparada los miércoles por la noche, casi entrando la madrugada, recordaba esos tiempos de bullicio constante acercándose a ese mágico lugar donde hoy solo habitaban sus propios fantasmas.
Veía una avenida con boulevard y calles de tierra.
Quizás recordaba aquellos primeros automóviles marcando el barro que había dejado la necesaria y escasa lluvia, que aplacaba el polvo ingrato.
Él, agobiado muchas veces por los recuerdos, la mayoría gratos, pero cargados de nostalgia que igualmente lo mortificaban, por momentos lloraba lágrimas de emoción.
¿Y quién dijo que los buenos recuerdos no duelen cuando son imposibles de volver a vivirse?
De eso se trataba.
El veía lejano el reencuentro con sus queridos amigos. Con esos seres que lo habían marcado, a él y a su querido Realicó. Lugar que nunca había dejado.
Aunque una sola vez se fue, a un lugar de la provincia de Buenos Aires, nunca pudo arraigarse por completo. Nunca se alejó definitivamente. Su mente estaba aquí.
Y fue eso lo que motivó su regreso ni bine pudo.
Aquí pasó sus horas mas plenas. Con sus amores, su mujer y sus hijos.
Ella ya hoy no lo acompañaba. Había partido también hacia aquella planicie de estrellas que él recorría con sus ojos al tiempo que caminaba.
Alternaba su mirada hacia el suelo y la posaba por allí en aquellos lugares donde su juventud pasó las horas mas gratas.
La plaza Yrigoyen, hoy hermosa, ayer hermosa. La parroquia. La biblioteca Avellaneda.
Recorría memoriosamente los hogares de sus amigos. Recordaba aquellos que también habían vivido con pasión esos tiempos de vagones y máquinas con humo y hollín.
Recordaba a los que están y sobre todo a los que no.
Tanto había memorizado aquellos nombre que su mente los repasaba una y otra vez, generándose inmediatamente sus rostros inconfundibles en tardes de mates y chistes, en jornadas de bares, tragos y naipes.
Luis Américo González, Luis Pina, Clemente Pascual, Roberto Fopiano, Roberto Pierini, el "Negro" Gutiérrez.
Él había sido maquinista. En realidad lo seguía siendo. Nunca dejaría de serlo. Ese es quizás el secreto de aquellos tiempos de prosperidad, la pasión que habían puesto en su trabajo, un denodado esfuerzo recompensado no solo por un buen sueldo. También con aquellas amistades que lo estaban esperando.
Sergio Olivero, Lamoreaux, Enrique Obregón, Orestes Ondarcuhú. Los guardas Orfelio Sosa, José Durango, Gilberto Rossi.
"Foguistas" y "cambistas", los que estaban en los talleres, todos con nombre y apellido pasaban hoy por su cabeza.
Piacenza, Pedro Marino, Angel Rossi, "Paco" Tasso, Cavalotti, Sebastián Mauri, "Tula" Pereyra, Juan Strizzi, Tomás Bessone, el "Negro" Cabral y el "Liche" Moisso.
Cuando estaba llegando, parecía escuchar el sonido de "El Cortito" salir o llegar. El chirriar de los vagones sobre los rieles.
Sentía el crujir de los durmientes.
Le dolía como una gruesa espina el paso del tiempo, aunque sabía que para él, como para otros, ésta era la última parada.
Amaba tanto a su Realicó que le había regalado tantos olores, sensaciones, emociones y momentos, que hasta por un segundo paró a descansar en alguno de los bancos de la plaza, que ayer fue otra, pero que hoy sigue siendo la misma en su espíritu. Porque cobija amores, aunque también desencuentros. Igualmente: ¿Qué es la vida sin el trago amargo de algún desengaño?.
Paso a paso devoraba ese último trayecto en esa noche de sapos y grillos, que en Realicó para él sonaban distinto (sería porque ese mágico canto natural lo había acompañado en tantos veranos de su vida plena).
Quería llegar rápidamente y pasaba por tantos lugares que habían albergado sus jóvenes años.
Es cierto que muchos hoy no están mas. Las reformas en algunos casos fueron impiadosas. En otros, fueron necesarias.
Cuando faltaba poco (y al tiempo que digería el inconfundible aroma de pan recién hecho de Baraybar), sentía que el corazón se despedía. Estallaba en mil emociones.
Le parecía escuchar esa bocina inolvidable pidiéndole paso al viento pampeano.
Sentía, imaginariamente también, el poderoso ruido del "Molino Werner". Podía presentir su movimiento.
El gentío laborioso que escondía esa fachada majestuosa. También allí había cosechado fuertes amistades.
"No preguntéis adónde, busco acaso un encuentro, que me ilumine el día. Aunque no hallo mas que puertas que niegan lo que esconden". Aunque no le gustaba, ni sabría quien era Sabina, creo que un puñado de sus frases, podrían describir sus sentimientos de ansiada despedida.
"Quiero mudarme hace tiempo, al barrio de la alegría, pero siempre que lo intento, ha salido ya el tranvía", dijo Joaquín y eso también el destino había dibujado para él, sin saberlo.
Estaba llegando. Lo sabía, no solo por ir reconociendo cada uno de los lugares, sino porque el tiempo se lo dictaba.
Pasaban por su cabeza rayuelas, tejos, gomeras, potreros. Otra niñez.
Pasaba por su cabeza un Realicó mas joven, su lugar, donde había elegido vivir, lo que, por otra parte hubiese vuelto a hacer.
Y luego de su último gran esfuerzo, llegó a su querida estación.
A la de los momentos mas hermosos de su vida y la de los recuerdos mas fuertes.
Y aunque la vista comenzó a nublársele, su corazón parecía explotar de emoción.
Desde el andén veía que lo esperaban con los brazos abiertos, con las sonrisas cristalinas y eternas, aquellos amigos que tanto había añorado encontrar.
Por supuesto que era él el último pasajero de ese tren blanco que desde hacía algunos minutos esperaba en silencio. Silencio que rompió solo el bocinazo estruendoso de la partida.
"A veces, claro, todos nosotros seguimos soñando huidas imposibles hacia aquello que tanto deseamos alcanzar cuando éramos tan jóvenes". Otra vez Sabina.

(*- Los apellidos incluídos, lo fueron a manera de humilde homenaje. Es la intención que en su nombre, se encuentren representados todos aquellos que tanto hicieron por el Ferrocarril y por Realicó. Además de estar dedicado a la memoria de mis Abuelos).

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Hermoso,gracias por mencionar a mi querido tio Enrique Obregón y a la estación de Realicó donde todos los años de mi niñez llegaba con mis padres y hermana desde Bs As a pasar nuestras vacaciones con la flia materna,donde nos recibia el taxi de Lopecito y nos trasladaba hacia la casa de nuestros tios.Hermosos recuerdo vinieron a mi mente.Gracias.